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CENTRO ESTUDIOS BIBLICOS "G. VANNUCCI"

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UN MENSAJE UNIVERSAL

Con Jesús, “el Dios con nosotros” (Mt 1,23), cambia para siempre el camino de vida de los hombres. Antes de Cristo, la humanidad se dirigía al Señor en una incesante búsqueda de comunión con un Dios al que la religión presentaba como un ser lejano, una divinidad exigente, que hallaba defectos incluso entre los santos y entre los mismos ángeles que él había creado (“Dios no confía ni aún en sus propios siervos; y a sus ángeles atribuye errores”, Job 4,18).

Con la mirada fija en su Dios, todo cuanto hacían los hombres era para el Señor, desde el servicio hasta la plegaria, e incluso el amor a los demás. Y las personas más religiosas a menudo se hallaban absorbidas por su Dios hasta tal punto de no percatarse de las necesidades del prójimo.

Con Jesús, todo esto sufre una transformación desde la raíz.

Con él, la búsqueda de Dios concluye. No se trata ya de buscar al Señor, sino de acogerlo, y, con él y como él, relacionarse con los demás. Con Jesús, los hombres ya no viven para Dios, sino que viven de Dios, un Padre que pide ser acogido para fundirse con ellos, dilatando su capacidad de amor, para convertirles de ese modo en el único santuario desde el cual irradiar el amor a cada criatura.

Dios se ha hecho hombre para siempre, y los creyentes han de confrontarse con un hombre. Para Jesús, lo que determina el éxito o el fracaso de la existencia, y la hace o no definitiva, no es la relación que se haya tenido con Dios, sino con los hombres. No es el hecho de reconocerlo “Señor, Señor”, sino el hecho de cumplir la voluntad del Padre (Mt 7,21), acogiendo su amor y transformándolo en acciones que comunican vida.

Por este motivo, en la lista de los comportamientos que, de acuerdo con Jesús, hacen impuro al hombre, ninguno de ellos tiene que ver con la divinidad, como sería el culto, la religión, etc. Aparecen enumerados únicamente las conductas que dañan a los demás: “malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias” (Mt 15,19). Del mismo modo, al rico que le preguntó qué mandamientos debía observar para tener la vida eterna, Jesús le responde citando solo aquellas normas que tienen que ver con deberes hacia el prójimo, sin mencionar las otras obligaciones hacia Dios, que, sin embargo, eran consideradas sumamente importantes: “no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falsos testimonios, honra a tu padre y a tu madre, y amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 19,18-19).

El mensaje de Jesús se hace, pues, universal y abraza a toda la humanidad. No se les preguntará a los hombres si han creído, sino antes bien, si han amado; no se les pedirá cuentas por las veces que han asistido al templo, se les preguntará si han abierto su casa a los necesitados; no si han ofrecido bienes al Señor, se juzgará si han compartido el pan con quienes tenían necesidad. Todo aquél que manifieste atención hacia las necesidades ajenas e intervenga para ayudar, éste entra en la vida definitiva.

Alberto Maggi